
Las inequidades por covid: ¿Por qué se ha visto afectado el sur del condado tan desproporcionadamente?

¿Quiénes fueron Miri Villalobos y Santiago Tehandon? Dos integrantes de una comunidad de Watsonville que ha padecido el 45% de fallecimientos por covid-19 en el condado de Santa Cruz a pesar de representar solo el 18% de la población.
Cuando covid-19 comenzó a causar estragos en el condado de Santa Cruz, ninguna otra comunidad parecía estar en mayor riesgo que Watsonville, una ciudad obrera y agrícola de 53,000 habitantes, llena de familias numerosas formadas por trabajadores esenciales de primera línea.

Lookout presenta COVID South County, un vistazo a cómo la pandemia ha afectado desproporcionadamente las áreas de Watsonville y la región circundante. Covid South County es una de las ocho iniciativas de Lookout para documentar todos los aspectos de los estragos que la enfermedad ha dejado. Para obtener más información, visite nuestra sección llamada Covid en el año 2021 y regístrese para recibir alertas por mensaje de texto relacionadas con el covid, y haga clic aquí para recibir nuestro boletín electrónico, COVID PM.
Casi un año después, la comunidad sigue recuperándose del impacto desproporcionado que la pandemia ha tenido en los habitantes del sur del condado.
A pesar de representar solo el 18% de la población del condado de Santa Cruz, Watsonville ha sido el epicentro del 55% de todos los casos conocidos de covid-19. El sur del condado es una área principalmente hispana y latina en donde también han padecido lo peor del covid-19: 45% de todos los fallecimientos en el condado.

No obstante, esa es solo una cifra. Todas las personas que han fallecido en gran número formaban parte del rico tejido de la comunidad. Todos y cada uno de ellos eran amados; al morir, dejaron a sus familias y amistades atónitos y desconsolados.
“Ha afectado mucho a nuestra ciudad”, dijo el alcalde de Watsonville, Jimmy Dutra. “Ha afectado a mucha gente”.
Miriam Villalobos y una amistad perdida demasiado pronto
Un martes, semanas después de haber guardado el luto en cuarentena, la familia y amistades de Miriam Villalobos, de 30 años de edad, asistieron a su funeral en Watsonville. La familia había recaudado el dinero necesario para pagar el servicio porque no podían pagarlo de otra manera.
Brenda Gutiérrez Baeza, de 26 años de edad, enfrentó la realidad de la muerte de su amiga de la infancia.

Todo ocurrió tan rápido. Apenas unas semanas antes, Baeza se sorprendió al saber que Villalobos estaba en la unidad de cuidados intensivos por covid-19. Las dos se habían visto en una pequeña fiesta de cumpleaños al aire libre que Villalobos tuvo en agosto, con todo y una presentación del grupo de mariachis “al que no se podía perder”.
A “Miri”, como se le conocía a Villalobos, le encantaba sobretodo la música de banda y ranchera (Banda Cuisillos era su grupo favorito). “Música sincera y deprimente”, dijo Baeza, y agregó que solo podían estar de acuerdo en los méritos de la música de Selena, que capturaba cómo se sentían acerca de sus vidas amorosas deslucidas.
To read this story in English, click here.
En su cumpleaños, Villalobos cantó mientras los mariachis le daban una serenata y llenaban el patio de su casa en Watsonville con música.Esa fue la última vez que Baeza vio a su amiga.
Baeza es intérprete del idioma español en centros de atención a la salud, lo que hace que Baeza sea una trabajadora esencial y, como tal, en el año 2020 tuvo que dar tantas malas noticias por videoconferencia como para estar paranoica sobre su propia exposición al virus.
“A menudo tengo que ser la persona que le dice a los pacientes que es posible que no sobrevivan o que necesiten un ventilador. A veces, soy incluso la última persona con la que hablan porque necesitan sedantes antes de que les pongan el ventilador”, dijo.
Baeza comenzó a trabajar desde casa y redujo las interacciones sociales, incluidos los viajes de compras dos veces al mes o las salidas al cine con Villalobos.

Eran viejas amigas y habían desarrollado un vínculo especial desde que se conocieron de niñas en el Grupo Renacer, un grupo de apoyo local para padres y madres de niños con discapacidades.
“Las dos éramos discapacitadas, en sillas de ruedas, y de alguna manera, eso nos unía porque nuestra comunidad de personas discapacitadas no es realmente tan grande, así que tenemos que estar la una ahí para la otra”, dijo Baeza.
El haberse conocido por tanto tiempo significaba que su relación era elástica, no necesitaban platicar todos los días sino que la una estaba ahí para la otra cuando era necesario, como cuando Baeza se enfermó y estuvo en el hospital antes de la pandemia. Villalobos fue la primera en irla a visitar.Incluso antes de eso, cuando una amistad en común falleció a causa de cáncer en 2019, las dos se sentaron lado a lado, “sin tener que platicar sino solamente procesando todo”.
Ahora, a medida de que Baeza lidia con la devastadora pérdida de su amiga, desearía tener todavía la presencia tranquilizadora de Villalobos, esa capacidad que tenía su amiga para reírse de cualquier cosa.Una vez que fue hospitalizada a principios de diciembre, la salud de Villalobos se deterioró rápidamente.
El covid-19 invadió sus pulmones y necesitaba un ventilador para poder respirar. Debido a que el hospital no permitía visitas, la familia de Villalobos se paraba afuera de la ventana de su habitación del hospital para mostrar su apoyo. Baeza se preparó para lo peor.
“Desde que comenzó la pandemia, he tenido en la cabeza que las personas con discapacidades no obtienen buenos resultados al enfermarse de covid. No quería ser una de esas personas que pierde la esperanza de inmediato, pero en mi mente. . . . Ya la sentía irse ”, dijo.Villalobos murió el 17 de diciembre. Ella fue la paciente más joven en morir a causa de covid-19 en el condado de Santa Cruz. Su muerte, como tantas de otras personas en Watsonville, refleja cuán vulnerable es dicha comunidad a la crisis incluso mucho antes del inicio de la pandemia.

‘Fue una afirmación de lo que ya sabíamos, evidenciado en una de las peores formas’
A lo largo de los años, Watsonville ha sido sistemáticamente el lugar del condado con mayor riesgo de devastación a causa de catástrofes como los brotes de enfermedades, según datos del censo que los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU han analizado.
Eso se debe a una serie de factores, incluida la gran población minoritaria, la cantidad de residentes que no hablan inglés, el índice de pobreza, la falta de acceso al transporte, la composición por edad de los hogares y problemas de vivienda.
El covid-19 puede convertirse rápidamente en una pesadilla cuando está en combinación con hogares multigeneracionales que viven en hacinamiento y los cuales están llenos de trabajadores de primera línea que no tienen el espacio o los recursos para aislarse en cuarentena.
“Fue una afirmación de lo que ya sabíamos, evidenciado en una de las peores formas”, dijo Dori Rose Inda, directora ejecutiva de Salud Para La Gente y copresidenta de Pájaro Valley S.A.V.E. Lives, el cual se organizó en el 2020 para combatir la pandemia.
Inda había estado estudiando las razones “ascendentes” de los resultados de salud dispares previos a la pandemia, pero el covid-19 evidenció esas disparidades en gran manera. “El covid fue como, ah no, ahora esto es mucho peor”, dijo.
A menudo, aquellos con los ingresos más bajos no tienen los medios para faltar al trabajo y ponerse en cuarentena o aislarse solos por dos semanas; mucho menos trabajar desde casa por varios meses, dijo la funcionaria de salud pública del condado, Gail Newel.
Las comunidades de color también desconfían con frecuencia de las instituciones médicas y es posible que eviten buscar atención médica por esa razón o porque no tienen seguro médico o están indocumentadas.
Las personas que no se pueden quedar en cuarentena en casa de forma segura pueden temer el tener que irse para aislarse si están indocumentados o tienen familias con estatus migratorio mixto. Muchos hogares en el sur del condado no tienen patios para que las personas se reúnan al aire libre y se mantengan socialmente distanciadas.
Los costos de vivienda prohibitivos significan que “no es raro” que 10 o más personas vivan en el mismo hogar en el sur del condado, a menudo varias generaciones en un solo hogar, según Newel. Hay innumerables razones, muchas de ellas el resultado de desigualdades sistémicas, dijo Inda, razones por las que Watsonville era vulnerable a la propagación de covid-19.
Dutra, el alcalde de la ciudad, está de acuerdo.
“Muchas de las personas, muchos de nuestros habitantes se dedican al trabajo agrícola, en los supermercados, son las personas que todavía están trabajando con el público cara a cara, a diario”, dijo. “Además, se enfrentan al peligro a diario. Por eso se están infectando de covid.
“Muchas de nuestras familias provienen de hogares multigeneracionales, por lo que cuando regresan a casa hay muchas personas que viven en la casa y, como sabemos, esto se transmite con bastante facilidad y se propaga en los hogares”.
Esa parte es predecible. Sin embargo, para las familias de las personas que han fallecido a causa de la enfermedad, el efecto dominó de tal pérdida está lejos de ser predecible.

‘No esperaba perder a mi padre’
Juan Castañeda Tehandon, de 28 años de edad, se sentía aturdido días después de que su padre, Santiago Tehandon, de 80 años de edad, hubiera fallecido el día de navidad por complicaciones por covid-19.
Tehandon padre, un técnico de mantenimiento jubilado que trabajó en las instalaciones Martinelli en Watsonville durante 36 años, seguramente contrajo el virus de su hijo.
Castañeda dijo que no hubiera sabido que tenía covid-19 si no se le hubiera pedido que presentara un resultado de prueba a la aerolínea Hawaiian Airlines antes de tomarse unas vacaciones a principios de diciembre. La prueba resultó positiva. Las vacaciones fueron canceladas. No obstante, para cuando se dio cuenta de que estaba enfermo, toda su familia ya había estado expuesta, dijo.
Unos días después, para el 17 de diciembre, Tehandon había desarrollado una tos leve, que se convirtió en dificultad para respirar y cansancio. Castañeda intentó programar una cita para que su padre se hiciera la prueba de detección de covid-19, pero faltaban muchos días para la primer cita disponible hasta el 20 de diciembre. Para cuando llegó esa fecha, Tehandon se sentía tan enfermo que le pidió a su hijo que lo llevara al hospital.
Tehandon era fuerte, incluso para su edad, dijo su hijo. Aparte de un ritmo cardíaco irregular que los médicos habían diagnosticado como fibrilación auricular cinco años antes, Tehandon estaba sano y activo.
El 23 de diciembre, la esposa de Santiago Tehandon, Rufina Tehandon, de 85 años de edad, también fue hospitalizada.
Ella no había mostrado síntomas de covid-19 hasta entonces, pero se había quejado de dolor y malestar abdominal. En el hospital, dio positivo y fue admitida.
Eso dejó a Castañeda a cargo de su hermano de 51 años de edad, Francisco Tehandon, quien es discapacitado.
Al principio, el pronóstico de Santiago Tehandon era bueno: su nivel de oxígeno en la sangre estaba mejorando y lo habían sacado de la unidad de cuidados intensivos. No obstante, la mañana de navidad, su condición cambió inesperadamente. Su corazón se detuvo. Los médicos llamaron a su hija, Sylvia Castañeda, de 56 años de edad, y le preguntaron si quería que lo resucitaran. Ella dijo que sí. “Pero unos minutos después, los médicos volvieron a llamar: su padre había fallecido.
La madre de Tehandon había estado hospitalizada más de una semana para finales de diciembre. Rufina Tehandon murió el 9 de enero.
“Tengo miedo”, dijo Juan Castañeda. “No esperaba perder a mi padre. Y definitivamente no esperaba que mi madre estuviera en la misma situación”.